martes, 23 de junio de 2009

Gracias a los celulares...

Gracias a los teléfonos celulares nos (yo) hemos visto librados de aquella situación de penuria incómoda que acarreaba el hecho de ser adolescente y tener que llamar a alguien al teléfono de su casa, claro está, había excepciones, gente con la que había suficiente confianza como para rellenar el espacio incómodo entre el "ya se lo paso" y el momento en el que la otra persona finalmente atiende, si era alguien a cuya familia uno conocía fácilmente se le podía preguntar a la mamá/papa/hermano-a qué era de su vida, cómo iba su trabajo, qué tal su nieto o cualquier otra trivialidad generalizada que nos permitiera escapar del inefable martirio que representa el silencio en este tipo de llamadas.

Sin embargo, no corríamos con esa suerte cuando la familia de la persona a la que llamábamos era una incógnita, este hecho se potenciaba aún más cuando la persona con la que intentábamos comunicarnos era una persona del sexo opuesto que alebrestaba nuestra hiperactivas hormonas. De todas las situaciones posibles, ésa, sin duda, era la peor de todas.

Todo empezaba (en el caso de haber sido un adolescente acomplejado e inseguro, con ciertos dejos de neurotismo) con la diatriba mental ¿o era simple cobardía?¿exceso de miedo juvenil a una negativa? que tenía lugar por 2 horas y media antes de que lograra juntar el coraje necesario para alzar el teléfono, empezar a marcar 7 veces sin tener las bolas para marcar el último dígito para lueeego, después de todo ese procedimiento, que por lo burocrático raya en lo ministerial, finalmente lograba terminar de marcar los números y esperar de manera ansiosa que alguien contestara.

No sé qué era peor, si ese momento, mientras el teléfono repicaba y uno alzaba desesperadas plegarias a todos los santos para que te atendiera la persona a la que estabas llamando y así evitar el temible "buenas, por favor con fulana" seguido por el, sin duda parco y a veces (especialmente cuando se trataba del padre) genuinamente odioso "sí, ¿quién la llama?" o el momento posterior al quién la llama, ese momento que ominosamente anunciaba el "ya se la paso" momento en el que en ocasiones ocurría el hecho fatídico representado por un teléfono dejado sobre una mesa, donde una podía escuchar a los lejos o a un papá claramente molesto por el hecho de que su hija sea presa de ansiedades varoniles, o, una mamá (generalmente señora regordeta y de pelo corto, insatisfecha por el poco tiempo que le dedica su marido y envidiosa de la atención que recientemente su hija post-puberta ha atraído) diciendo de manera retadora "fulana, un tal [inserta tu nombre acá] te está llamando, no me parecen horas para estar llamando a una casa de familia/¿y quién es ese muchachito que te anda llamando?/mira.... deja ya la llamadera, no me gusta que te anden llamando a la casa..." Sin duda, en esos momentos uno estaba seguro que su llamaba tenía un fatum, el de terminar como una versión barata del Titanic, es decir, hundida en el fracaso pero sin la publicidad (y la película mala).

Sin embargo, la tecnología ha tenido una importante labor en disminuir esos momentos de nefasta incomodidad, primero, lo logró mediante la aparición de messenger, entonces, uno estaba (como buen puberto) adherido a una pantalla de computadora hablando con la susodicha (si es que uno tenía algún tipo de esperanza hacer contacto preliminar por msn era un imperativo) entonces uno seguía el modus operandi de informarle a la persona que uno tenía la intención de llamarla y luego uno ponía como prerequisito de la llamada que esa persona (y no un familiar molesto) atendiera el teléfono. Sin duda esto representó un gran avance en la reducción de la incomodidad telefónica. (especulo que algo así deben hacer los pubertos de hoy en día pero con el blackberry messenger, o quizá ya ni siquiera llamen a la gente a sus casas)

Luego, con la democratización del celular se redujo aún más la incomodidad telefónica, siendo posible llamar (siempre utilizando el teléfono perteneciente un papá que fue, afortunadamente, dejado desatendido en la mesa del comedor) directamente a la persona, esto, aparte de generar menos incomodidad, resulta mucho más eficiente, puesto se eliminan los pasos necesarios para llamar a alguien, eliminando a ese perverso intermediario que es la persona encargada de hacernos esperar en ascuas y de someternos a la tortura mental que hacen que, en esos escasos segundos, nuestras inseguridades juveniles se vean exponencialmente aumentadas.

3 comentarios:

Igor Zurimendi dijo...

Bueno tenerte de vuelta. Creo que el tema ya lo habíamos conversado, me pusiste en mente como eran las llamadas de pésame previo a los celulares. Con lo incómodo que es cuando tienes que dárselo a una sola persona, imagínata a toda una familia.

Bibi dijo...

Es bueno tenerte de vuelta!

Manuel Andrés Casas dijo...

Gracias! espero permanecer de vuelta